Doris Day canta «¿Qué será, será?» junto a la Torre Abacial de Laguardia. El día amanece ventoso, pero agradable. Salvo en el interior de la torre, donde el viento se vuelve huracanado por el efecto chimenea que hace esta construcción del siglo XII, que probablemente perteneció a una antigua abadía benedictina, anterior al castillo del que luego fue atalaya y que hoy aún cierra el recinto de la ciudad alavesa. Laguardia (Biazteri en euskera) es un lugar tranquilo, en el que los coches no entran más que hasta la plaza de San Juan, justo en una de las puertas de la ciudad amurallada, y los niños corretean por sus callejas estrechas ajenos a cualquier peligro. Dan ganas de quedarse más tiempo. Pero ya nos avisan que el frío es inclemente.
Subimos a la torre antes de marchar hacia Samaniego (todos los municipios de esta zona que igual es Álava que Rioja se encuentran a pocos kilómetros unos de otros) para visitar la bodega de la firma Baigorri. Las vistas desde lo alto de la torre son espectaculares. También desde el llano en que se levanta el impresionante mirador de cristal diseñado por Iñaki Aspiazu, bajo el que ocultan a la vista las siete plantas de la bodega. Los viñedos se nos ofrecen a la vista de un verde intenso que en pocas semanas, tras la vendimia, se irá transformando a tonos entre el amarillo y el ocre pintando de otoño el campo riojano.
Baigorri es una bodega joven y moderna, que investiga, que va probando… En sus coupages ha empezado a utilizar una parte de vino criado en barricas de roble ruso. Isabel, la guía que nos enseña las instalaciones, nos cuenta que parece que aportan unos taninos diferentes… Vete a saber. Es muy distinta, desde luego, de la bodega de Goyito, que hace su propio vino Legado de Ruiz bajo su casa en Laserna, a unos pocos de kilómetros de Laguardia en dirección a Logroño. A Goyito lo conocieron en Sevilla Luis y Lupe, los padres de nuestro amigo Luis, que insistió en que lo llamáramos cuando supo que veníamos hacia esta zona. Y así hicimos. Fue a buscarnos, nos abrió su casa y su bodega, nos enseñó los viñedos que mima y cuida junto con su hijo Jorge, y nos dio a probar las uvas de las cepas de distintas variedades que rodean su bodega. Él dedica prácticamente toda su producción a vino joven y sólo dedica unas pocas barricas a crianza, que no vende. Nos señala con el dedo dónde está Navarra, dónde La Rioja y dónde el País Vasco. Sus viñas se ubican junto a un meandro del Ebro, en la confluencia de estas tres comunidades autónoma. Nos sentamos los cuatro a disfrutar del silencio y el fresco, nos ofrece algo de comer, una botella de vino y una agradable conversación y nos despide con abrazos y cariño hacia sus amigos de Sevilla.
¡Qué bien se está de vacaciones! Aunque también se echan de menos algunas cosas y a algunas personas que uno deja atrás, siquiera temporalmente. Los vascos saben vivir bien. Aunque no es un sitio especialmente barato. Cenamos a base de pintxos y almorzamos del mismo modo. Incluso hemos desayunado un pintxo de tortilla de chorizo picante por mor de mi particular pelea contra la bollería. (Nota: el chorizo picante y el café, como que no…)
Mañana iniciamos el regreso con el sabor agridulce de las despedidas. Pararemos en Zamora, cuatro horas de carretera, comeremos, visitaremos la Catedral, y haremos noche de nuevo en Salamanca, donde dejamos algunas cosas pendientes en la ida.