Es cierto que según la llamada Ley de Murphy, cualquier cosa que pueda salir mal sale mal. Inexorablemente. Bien es verdad que hay otra ley según la cual, mientras lo que caiga boca abajo sea la mantequilla, la cosa no es tan grave. El día empezó a torcerse justo en el desayuno. Era domingo y la cafetería del hotel no abre el día del Señor hasta las 9.30 horas. Mal asunto, si queríamos estar en Atapuerca a las 10.30 horas. Frente al hotel, dos bares más. Y los dos abiertos. Café sí tenían. Pero para desayunar algo sólido sólo disponían de bollería. Y por ahí no paso. Me puedo saltar muchas cosas, pero desde que empecé a tomare mi salud en serio, ni tomo azúcar ni me enveneno con la bollería industrial. Que no. Yo no. Lo intentamos en un cuarto sitio. Y ahí sí, allí tenían tostadas, incluso nos la pusieron con algo parecido al jamón. Así que, una vez desayunados, ya podíamos iniciar el camino hacia Atapuerca, 101 kilómetros al norte de Aranda del Duero, a donde volveríamos por la noche para dormir.
El día anterior había sido un día muy tranquilo. Todo había salido conforme a lo programado. Sin sobresaltos. Visita a la bodega Pago de los Capellanes, en Pedrosa del Duero, justo después de Roa, donde tiene su sede el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero, y comida en el Asador de Aranda, el auténtico, donde habíamos reservado mesa para comer lechazo al mediodía. La bodega se enclava en medio de una finca llena de viñedos en todas las direcciones, con unas vistas espectaculares y un diseño arquitectónico moderno y sobrio. Muy bonita, de verdad. Mejor que la visita en sí, un poco pobretona, digamos que sin mucha gracia por parte de la responsable de enoturismo de la firma, María, una chica tan mona como sosa. Nadie es perfecto. Con una pequeña -vamos, que tampoco es que nos emborracháramos- degustación de tres de sus referencias: un crianza de 2010, un reserva -agotado para la venta a la espera de que en noviembre salga la nueva añada de reserva- y un vino de autor, que se sale de las directrices del Consejo Regulador, con características de gran reserva -22 meses en barrica de roble francés y 26 meses en botella-, ciertamente rico. Nogal se llama. No es publicidad. Es que me pareció un gran vino. Y del lechazo, qué decir… Ensalada verde para acompañarlo y un poco de Morcilla mientras se terminaba de hacer. Espectacular. Tierno, sabroso… Delicioso.
Pero eso fue el sábado. El domingo nos esperaban Atapuerca y Burgos. Queríamos volver al Morito a volver a comer la primera -y espectacular- morcilla de Burgos que comimos en la ciudad del Cid cuando pasamos por ella haciendo la ruta del Camino de Santiago, y en La Amarilla, para hacer lo mismo con sus patatas bravas. Nota: mi saludable preocupación es el azúcar, no el colesterol, a la vista está. Pues eso. Pero, antes, Atapuerca… Si hubiéramos llegado a la hora de la reserva. Las indicaciones que nos hicieron por teléfono estaban bien claras. Pasando Burgos, seguir por la N-I y tomar la salida de Olmos de Atapuerca; cruzar el pueblo y a continuación se llega a Atapuerca. El centro de recepción de visitantes, a la salida. Pero, para asegurarnos, echamos un vistazo al Google Maps, que nos indica que hay que tomar la AP-1 antes de enlazar con la N-I. ¡¡Error!! Peaje aparte, hicimos como 60 kilómetros de más antes de decidir que por allí no se llegaba. Vuelta atrás, ahora sí, por la N-I, salida hacia Olmos de Atapuerca, etc. Claro, llegamos cuando el autobús se había ido hacía media hora o más. Ciertamente, lo comprobamos al día siguiente, camino de La Rioja, no hay una puñetera indicación ni hacia Atapuerca ni hacia la N-I en la autovía. Pero, bueno.
No pasa nada. Nos cambiaron la reserva a las 6 de la tarde. Nos ofrecen la de las 4 de la tarde, pero nos parecía pronto. ¡¡Error!! La espera sin poder echar una siesta se nos hizo luego larguísima. No pasa nada. Qué son dos horas en millones de años de antigüedad que tiene la humanidad. Vámonos a Burgos. Todo precioso, cada cosa en su sitio, como las dejamos hace dos años. Vamos al Morito. Allí está, tal cual. Es temprano para comer, pero sabemos que se petará en pocas horas. Intentamos reservar, pero no admiten reservas. Así que decidimos volver pronto. Nos tomamos una tapa de bravas en La Amarilla, no muy lejos. No dejéis de probarlas si vais por Burgos. Y regresamos al Morito. ¡Coño! ¿Ya está todo lleno? Nos indican que en el comedor de la planta alta aún hay sitio. Subimos. Nos ofrecen una mesa para dos en un rincón o compartir mesa con más gente. Optamos por una mesa mejor, más grande, junto a un balcón, sabiendo que llegarán más personas y se sentarán junto a nosotros. No importa. Emilio fantasea con que se siente un grupo de amigas jóvenes, guapas y solteras y nos tiren los tejos. ¡¡Error!! No tardan en llegar las chicas… de oro, seguramente abuelas, y alguna incluso nos pregunta de dónde somos cuando nos oye hablar, como si no saltara a la vista. Pedimos la cuenta -es mejor huir- y a Emilio, de repente, se le rompe en la mano, de manera muy extraña, la copa que apuraba… ¡por el fuste! El corte le hizo sangrar (nota, antes de seguir: está bien, respira y no ha necesitado asistencia médica; puede seguir haciendo con la mano derecha todo lo que venía haciendo hasta ahora), y se fue al lavabo a limpiarse la herida y ponerse betadine y un vendaje, obligando a todas las chicas a levantarse, momento que aprovecho para salir yo de aquel caos.
Ya fuera del restaurante, cargados con los cascos, las mochilas y las chaquetas de motorista, buscamos una farmacia para comprar puntos de aproximación que ayuden a cerrar la herida, y entramos en un bar a que se lavara de nuevo y se pusiera los puntos. ¿Y cómo se llama el bar? Exacto: Copas rotas. En fin, qué más puede salir mal… Curado (es la primera vez, en los años que llevamos viajando juntos, que tenemos que hacer uso del botiquín, y afortunadamente no ha sido por nada grave), nos tomamos un café, paseamos junto al Arlanzón, buscando la sombra, más que nada, y paramos a tomarnos una coca cola mientras hacemos tiempo a que se acercaran las 6 de la tarde. Encontramos un sitio perfecto, con una coca cola perfecta, una sombra perfecta, una camarera perfecta… Y al irnos dejamos caer al suelo de un golpe con las mochilas o el casco -no estamos muy seguros-, los tres postes que sostienen la valla con la que han estado jugando unos niños pocos minutos antes sin conseguir derribarla. Ay…
Por fin en Atapuerca… Mejor lo resumo: un yacimiento super importante para los paleontólogos y un coñazo para los turistas. Ea, lo dije… ¿Y para esto hemos pagado un peaje, hecho más de 800 kilómetros y nos hemos quedado sin siesta? Ojú…