Compañeros de camino

Los caminantes y los moteros sabemos que lo importante es el camino, no el destino. Quizá por eso hoy no quería llegar a Pontevedra. No quería que terminara la etapa de hoy. He vuelto a escuchar a los pájaros y he vuelto a oír el rumor del agua mientras caminaba.

Los caminantes y los moteros sabemos que lo importante es el camino, no el destino. Quizá por eso hoy no quería llegar a Pontevedra. No quería que terminara la etapa de hoy. He vuelto a escuchar a los pájaros y he vuelto a oír el rumor del agua mientras caminaba.

Salvo la travesía por Arcade (la llegada por carretera, muy peligrosa; y la ciudad está en obras y el camino está cortado, lo que obliga al peregrino a desviarse del camino trazado… y a perderse), el camino discurre entre bosques y por medio de la naturaleza, en una buena parte. Nada que ver con el asfalto de la etapa de ayer. Y una vez que se alcanza el puente romano a través del que se sale de Arcade, la etapa se vuelve preciosa todo el rato.

La llegada a Pontevedra tiene un camino alternativo, además, que vale la pena. Silencioso, umbrío por arboleda, fresco por el agua y la temperatura que ha hecho… Quizá el tramo más bonito de una etapa hermosísima. Cien por cien recomendable, salvo con lluvia, que hay zonas con pinta de volverse bastante cenagosas.

Hoy se preveía una etapa larga. Sentado tomando una cerveza razonablemente fría (sin exagerar tampoco), junto a la iglesia de la Virgen Peregrina en Pontevedra, la pulsera de actividad me marca 20,72 kilómetros. Larga, en comparación con las anteriores. Pero bien administrada de fuerzas y condumio (ayer compré cerezas en Redondela, que me han venido de perlas para reponer azúcar), es muy llevadera. El tiempo ha acompañado. Seco y fresco. El sol ha tardado en aparecer, pero al final se ha impuesto sobre las nubes.

El tramo tiene pendientes considerables. Pero la belleza de la etapa bien compensa todo el esfuerzo. No quería llegar, en serio. Y me sentía con fuerzas hoy para seguir caminando otros 20 kilómetros (ya veremos cuando me levante ahora encervezado y frío). Ha sido una especie de Nirvana, un stendhalazo en toda regla.

El puente romano que cruza en Arcade el río Verdugo.
El puente romano que cruza en Arcade el río Verdugo.

En Arcade me encontré con una pareja de peregrinos de Bilbao, que andaban perdidos, como yo, buscando la flecha amarilla que nos devolviera al camino marcado. Charlamos de lo humano y lo divino y al dejarlos atrás (luego ellos me adelantaron cuando me detuve a dar cuenta de las cerezas) estuve reflexionando sobre la compañía. Sobre los compañeros.

Ya he escrito alguna vez, y quien me conoce, me lo habrá oído también en persona, que vivimos solos. Que nacemos y morimos solos, que recorremos nuestro camino solos, y que nadie más que nosotros, más que cada uno de nosotros, puede calzarse nuestras botas y dar los pasos que tenemos que dar. Pero eso no está reñido con caminar en compañía.

Los compañeros son aquellos que comparten el pan. Etimológicamente. Me he acordado de mis compañeros de vida, de mi familia, y también de los del trabajo. Con ellos, con los que más compartimos el pan, nunca mejor dicho, ganado con el sudor de nuestra frente.

Me he acordado de los que he tenido y de los que tengo. Y he pensado que, con la mayoría de ellos (ojo, sólo con la mayoría), hubiera querido seguir compartiendo esa parte de mi vida siempre. Con los que tuve y con los que tengo. Profesionales fantásticos y, sobre todo, personas maravillosas que te ayudan a ser mejor persona.

Lavanda silvestre junto al camino portugués, cerca de Pontevedra.
Lavanda silvestre junto al camino portugués, cerca de Pontevedra.

Claro que siempre es demasiado tiempo. Nada dura siempre. Ni la vida, pura provisionalidad. Por eso es importante exprimirla al máximo, mientras se pueda. Y compartir el pan con quien está contigo, antes que, cualquier día, deje de estarlo.

Notas complementarias

NOTA 1: Yo quería escribir del Camino de Santiago y he terminado escribiendo de la vida. Al fin y al cabo es lo mismo. O casi.

NOTA 2: Saliendo de Redondela, un cartel en un albergue reproducía el verso de Antonio Machado «Caminante, no hay camino; se hace camino al andar». Así que ya sabéis que canción me ha acompañado al inicio de la etapa. Luego me asaltó Sabina («Por la ciudad camino, no preguntéis a dónde»). Y eso que la melancolía, cada vez, la quiero más lejos de mi vida. Será la edad.

NOTA 3: A propósito de compañeros, quiero agradecer a Dani sus consejos sobre el camino, especialmente el de que me aplicara vaselina en los pies antes de echar a andar cada día para prevenir las ampollas. Parece que es algo bastante extendido, pero yo no tenía ni idea. Y me está viniendo de lujo.

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