Cine de claroscuros

Si Nanni Moretti cuenta en sus 'Tres pisos' una historia dramática con luz de hospital, Kenneth Branagh retrata en 'Belfast' la Irlanda del Norte de 1969 en un lienzo plagado de claroscuros.

Será por la edad, pero ya sólo aspiro a que el cine (el arte, en general) me emocione. Ya pasé la época de la forma por la forma, si ésta no transmite alguna emoción, ya sea belleza, dolor o todo lo contrario. Ni siquiera aspiro a sentirme impresionado, me bastan las historias cotidianas para emocionarme. Si son emocionantes. Abrir el buzón al llegar a casa puede ser el detonante de una historia de terror, un drama o una comedia. O dejarte indiferente.

No he visto muchas películas de las sección oficial del Festival de Sevilla. Sólo tres. Ya avancé que mi selección obedecía casi más a cuestiones de agenda que de otra índole. Ninguna de las tres aparece en el palmarés del festival. Lo que, en cualquier caso, para mí al menos no significa nada.

Nanni Moretti cuenta una historia bien montada, pero con luz de hospital. Despojada, casi, de cualquier emoción. Y mira que desde el principio se suceden situaciones dramáticas en Tres pisos, desde la madre que tiene que dar a luz sola ante la ausencia del padre, al joven ebrio que atropella y mata a una vecina e incluso la sospecha del abuso sexual a una niña. Sin embargo, el espectador asiste a ella como convidado de piedra. Sin llegar a meterse en el relato. Como los melodramas de televisión que ponen al mediodía, ésos que empiezas viendo uno y al despertar de la siesta continúas viendo otro como si fuera el que te dejó grogui.

Fotograma de la película ‘Tres pisos’, dirigida por Nanni Moretti.

La película de Moretti se ve bien, no hace que te duermas. Pero será que los personajes pertenecen a una clase social diferente a la del espectador, será que está tratada con distancia premeditada… La sensación que me dejó era como si a los cuadros de Caravaggio, puro drama, les cambiáramos la luz lateral que produce los claroscuros por un foco frontal que los anulara. No es lo mismo.

Sí hallé más emoción en Ali & Ava, de Clio Barnard, que desde la estética del realismo social británico de Ken Loach, nos cuenta la fábula ya conocida de una historia de amor (casi) imposible por los convencionalismos sociales de unos y otros, con la metáfora de la música como telón de fondo: Si te gusta el folk, está claro que no te puede gustar la música electrónica y viceversa. Son incompatibles… ¿O no?, que es lo que se pregunta y se responde Barnard.

Cada uno de los personajes principales pertenece a colectivos sociales diferentes, que en el fondo no lo son tanto. Comparten el desencanto por su propia vida y los prejuicios hacia otros colectivos. Todo un poco previsible.

Un fotograma de la película ‘Ali & Ava’, de Clio Barnard.

Finalmente, admito que Kenneth Branagh me sorprendió para bien. Lo que significa que el a veces histriónico director británico, especialmente cuando hace de actor, esta vez me emocionó. Y admito que me enfrentaba a Belfast con algún prejuicio, temeroso de que justificara el terrorismo del IRA como reacción de los católicos a los ataques protestantes. Pero al IRA ni lo menciona y lo que pone sobre la mesa no es un enfrentamiento entre católicos y protestantes, sino una guerra civil entre protestantes y protestantes.

El shakesperiano director utiliza el blanco y negro y la planificación con una intención dramática evidente, pero efectiva, donde los claroscuros tanto visuales como conceptuales tienen una fuerza enorme. También el reparto ayuda, con unas interpretaciones muy conseguidas, desde las de los niños hasta las de los abuelos. Espectacular el papel de Caitriona Balfe como madre sufridora y el del veterano Ciarán Hinds como refugio de sabiduría.

La película es, además, un homenaje al propio cine. El sermón del pastor, sudoroso por la ira, recuerda al mejor Orson Welles, o el baile a lo Ginger Rogers y Fred Astaire en la calle. O la excursión al cine de la familia para ver, en color, a la Rachel Welch de Hace un millón de años. Y también la música juega su papel, con una banda sonora fantástica de Van Morrison y referencias textuales (al menos yo, en mi frikismo, he querido escucharlas) al Long and winding road de los Beatles, al Dark side of the Moon de Pink Floyd y al Don’t look back de Bob Dylan. Belfast merece la pena.

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