Concluida la última etapa, la que me ha llevado de la antigua Iria Flavia a Santiago de Compostela, el dolor intenso y continuado de la rodilla derecha, principalmente en las bajadas, no ha sido impedimento para concluir el camino que inicié en Tui hace ya seis jornadas.
¡Qué cosas! Ha habido etapas que se me han hecho un poco largas (la segunda, entre Porriño y Redondela, y esta última, sin ir más lejos), y todas juntas me parecen un suspiro. Parece que fue ayer cuando desayunaba en la Baronesa, en Sevilla, con la moto aparcada en la puerta, cargada con la mochila del peregrino, y ha pasado una semana. Aún me queda regresar a Tui (en autobús hasta Valença do Minho y a pie o ya veré si en taxi hasta el hotel) y recorrer de vuelta los 870 kilómetros que me separan de casa. Pero eso será el domingo.
No hay que correr, que ya el tiempo nos alcanzará. Como en la fábula de la tortuga y la liebre. La constancia y la paciencia. Como en el camino. El ritmo antes que las prisas.
El camino es una metáfora perfecta de la vida. El dolor no es un impedimento. Si acaso, añade algo de dificultad. O mucha, según el dolor. Es como subir de nivel en el juego absurdo y hermoso de la vida: la complica, pero ésta no se interrumpe hasta el ‘Game over’ final.
Hay que tener cuidado con las metáforas, porque terminan significando lo que queremos. He hecho el camino con un enorme dolor en el alma. Dolor que permanece, dolor para el que no existe masaje que lo calme, dolor que me acompañará en mi deambular por la vida hasta el final, aunque me cueste, igual que cuesta caminar con una rodilla dolorida.
Pero no puedo, ni quiero, renunciar a ese dolor. Porque al fin y al cabo es parte de mi vida. Porque no me dolería si no lo fuera.
Hoy escribo más tarde que otras veces. Lo hago acostado en la cama, ya sin prisas por levantarme temprano para ponerme a caminar. Ha sido una jornada muy diferente a todas las anteriores. Ha sido la etapa más larga de todas (25 kilómetros) y los últimos ocho cuesta completarlos, porque la visión de las torres de la Catedral desde Milladoiro es un espejismo, que te crees que está ahí mismo y aún quedan ocho kilómetros. Además, es una etapa llena de subidas y bajadas, lo que supone un esfuerzo mayor, especialmente si arrastras algún tipo de lesión. Muy bonita paisajísticamente, eso sí, al menos en algunos tramos. Pero también mucho asfalto y mucho tráfico (e incluso con una ligera amenaza de lluvia, que no ha llegado a descargar).
Claro que todo el sufrimiento se disipa cuando enfilas la Rúa do Franco camino de la plaza del Obradoiro, donde los peregrinos descansan tras la caminata. He ido a por mi Compostela, he visitado la tumba del apóstol (lo del abrazo, cuando el COVID-19, pasó a la historia), he comido pulpo y pimientos de Padrón, he dormido siesta… Y, descansado y masajeado, la rodilla ya no me duele. ¿Qué más se puede pedir?
Me he preguntado varias veces a lo largo de este camino por qué. También hoy. Y no he sabido responderlo. Porque me apetecía, porque lo necesitaba, porque… Cualquier respuesta, aun siendo cierta, será incompleta. Si ha sido por esas situaciones que me producen dolor, las situaciones y el dolor que causan se mantienen. No puedo huir de ellas. Y tampoco de mí. Así que sigo sin saber muy bien la razón de este camino.
Pero lo he hecho.
Notas complementarias
NOTA 1: La rodilla está perfecta. También me duele a veces cuando trato de sujetar a Clote cuando lo saco a pasear. Por si alguien ha entendido otra cosa.
NOTA 2: La banda sonora de hoy tiene raíz celta. Al principio, por aquello de las dudas, me asaltaron los Celtas Cortos y su ‘Senda del tiempo’. La llegada a Santiago fue con Milladoiro y sus ‘Fadas de Estraño Nome’.