He salido a tomar una copa con un compañero, y me ha recordado a esa época en la que los periodistas salíamos a beber. A beber y a fumar, que entonces se podía fumar en los bares (y en las redacciones). Daba igual que fuera un jueves o un lunes, un sábado o un martes. Todos los días se parecían, pero no eran iguales. En la redacción se aprendía de los maestros, porque los había, y en los bares se asentaba lo que se había aprendido. Y, pensando en ello, he recordado que tal día como hoy de 1993 firmé mi primera crónica en un periódico. Un periódico de verdad. Era Diario 16 Andalucía.
La información trataba sobre el traslado a un centro de menores de dos chicos que se habían fugado de otro centro en Alcalá de Guadaíra. Yo había hecho prácticas antes en Canal Sur Radio. Estuve primero en Documentación, donde sentí, la verdad, que me enviaban allí para que el novato no estorbara demasiado, hasta que motu proprio decidí preparar las biografías de los candidatos que se presentaban en aquella campaña electoral en la que a Julio Anguita le dio un infarto. Esa mañana, los teletipos urgentes aún hacían sonar las campanillas. Y Jesús Vigorra, en aquella época en informativos, dijo que había que ir preparando una biografía de Julio Anguita, por si las moscas.
Afortunadamente, todo quedó en un susto. Pero recuerdo que hasta los teléfonos de la redacción enmudecieron cuando saqué de mi mochila el texto que había preparado pocas horas antes con la biografía del líder de IU y grité «¡Ya la tengo!». Luego me rescató del zulo aquel de Documentación Ana Mercedes Cano y me llevó al fin de semana con ella, lo que le agradecí eternamente.
De La Voz de la Campiña a La Voz de Alcalá
Es esa época ya había hecho prácticas, en verano, en Radio Utrera-La Voz de la Campiña, haciendo los informativos. Entonces, en aquella emisora al menos, se leía la prensa local (yo leía la prensa local) y el recorte del periódico se le pasaba directamente a la locutora (había dos, no recuerdo ahora sus nombres, sólo el de Pepe Boje, el director, un tipo fantástico), que lo leía en antena. Como no me pagaban, me llevaban al fútbol gratis (después de aquello, nunca más). Y yo les hacía de comentarista en la banda en los partidos de pretemporada. Recuerdo un Betis-Peñarol de Montevideo, se iba a hacer un cambio en el equipo uruguayo y le pregunté a alguien del banquillo en qué puesto jugaba el futbolista que estaba calentando ya en la banda. «Zaguero», me dijo. ¡Como sería mi cara!, que la misma persona me aclaró: «Vos lo llamás lateral».
Pero sí, en Diario 16 Andalucía firmé la primera pieza con la que me sentí periodista. Ya había publicado un par de «cartas al director», que también conservo. Pero esto era diferente. Heredé la corresponsalía de Alcalá de José Antonio Francés, del que antes había heredado la dirección del periódico local La Voz de Alcalá, cuya profesionalización (sin cobrar) inicié yo. Como pude.
El periódico, mensual entonces (yo lo convertí en quincenal) salía por empeño de Enrique Sánchez. Y luego por mi propio empeño. Recuerdo esas tardes de Nochebuena en la sede de la calle Salvadores de Alcalá cerrando el periódico yo solo, mientras el resto de la voluntariosa redacción (más voluntariosa que redacción), se preparaba para celebrar la Navidad. Tenía que hacerlo así, para poder llevar el archivo con el nuevo número del periódico en coche hasta la imprenta de Los Palacios donde se tiraba, a tiempo de que llegara a los suscriptores en el plazo previsto.
También fui colaborador de la Agencia Mencheta. Hacía crónicas deportivas de lo más variopintas. Eran por encargo. Un partido de voleibol de la liga femenina andaluza, otro de fútbol sala para un periódico de la localidad del equipo visitante, que era de Valladolid. En aquella época asistí (y escribí de ello) a competiciones de deportes que nunca antes, ni después, he seguido.
Colaborador-corresponsal antes que becario
En Diario 16 Andalucía todo fue distinto. Fui colaborador-corresponsal antes que becario. Así pagarían, que, cuando se acercó el verano, le pedí a Ignacio Camacho, que era profesor de Periodismo Cultural en la facultad (y subdirector del periódico), que me cogieran de becario. Por algún sitio debo guardar un pagaré del Banco del Comercio por unas 15.000 pesetas de la época, creo recordar, que nunca llegué a cobrar. Pero ésa es otra historia.
En Diario 16 Andalucía, en aquel noviembre de 1993, coincidí con Javier Caraballo, que era jefe de la sección local. Con el tiempo y la amistad se lo confesé: «Caraba, cuando yo llamaba a ofrecer los temas, rezaba para que tú no descolgaras el teléfono, porque eras tela de desagradable». Ese «¿qué quieres?», sin un buenas tardes ni nada que lo suavizara, me hacía pensar en mandarlo al carajo. «No quiero nada, que te den». Pero, con suerte, me cogían el teléfono María Luisa Suero o Teresa López Pavón, mucho más agradables e infinitamente más guapas. O Javier Recio, también amable, pero mucho menos atractivo que el tándem Suero-López Pavón. Las cosas, como son.
Por allí andaba también Javier Rubio, al frente de los suplementos. Y Eva Díaz Pérez (que nunca fue mi hermana de sangre aunque sí de letras), María José Guzmán y el gran Salvatore, de la primera promoción de egresados de la facultad de Ciencias de la Información de Sevilla. Por aquella época, este último firmaba como Antonio J. Salvador. La J se le cayó con el tiempo, después de abandonar la sección de Deportes, donde compartía mesa con Luis Carlos Peris, que entonces ya era toda una autoridad, el gran Juan Luis de las Peñas, y Paco Pepe, alias Francisco José Ortega.
Calonge, la jungla de cristal
Recuerdo a Chaconetti, José Antonio Chacón, brujuleando entre las mesas de la redacción hasta el momento inmediatamente anterior a la hora del cierre, cuando se sentaba ¡por fin! a escribir lo que tuviera pendiente. Entonces ya no quería nada con nadie. Me acuerdo de Ramón Ramos y su mano lánguida dando las «buenas tardes, capul» a quien fuera que llegara en ese momento a la redacción. También de Olatz Ruiz, ¡ay, Olafi!, contando con pelos y señales las conversaciones que había mantenido por la mañana con representantes de la patronal o los sindicatos, mientras Ramón le pedía titulares. Y de Diego Caballero, que en paz descanse, como Olatz, cogiendo el paquete de tabaco y despidiéndose sin decir adiós camino de la peña de su pueblo, Sanlúcar la Mayor.
Recuerdo a Paquiño, Francisco Correal, que ya entonces era un verso suelto. ¡Y qué verso! A Pilar Pastrana, Rosa María López y Gonzalo A. Escacena sentados de espaldas a la pared de cristal de Calonge, completando la sección que en esa época lideraba Pepe Aguilar. A Juan Emilio Ballesteros haciendo el planillo mientras se preparaba un porro , a Jesús Laguna, tostando el bocadillo de su cena en el radiador colocado sobre la papelera, a pique de provocar un incendio.
También recuerdo a Carmina, la más veterana de las secretarias, entrando en ese archivo fotográfico siempre a punto de venirse abajo. A Toñi y Pilar picando los faxes que llegaban a la redacción cuando no tomando por teléfono al dictado las crónicas que le enviaban alguno de los dos Carlos, Crivell de toros o Peris de fútbol. A los fotógrafos, los hermanos Paco y Juan Carlos Cazalla, José Antonio de Lamadrid y Javier Díaz, cuando las fotos de los periódicos eran en blanco y negro y se revelaban en los laboratorios que existían dentro las redacciones. Recuerdo ese olor característico, no sé si sería el revelador o el baño de paro, que salía de la puerta del laboratorio.
Me acuerdo de Paco Rosell en su despacho, al que entonces trataba más bien nada. Sólo entré una vez a hablar con él, siendo becario, cuando ni a los becarios pagaban. En honor a la verdad, tengo que decir que tal y como salí del despacho (¿que estuve dentro, un minuto? Quizá no llegara), él salió a hablar con la gente de administración y, al menos ese mes, cobramos. Me acuerdo también, cómo no, de Ignacio Camacho y sus premios, alguno de los cuáles me tocó a mí. Tenía para todos. Y de los diseñadores, que te hacían entender la importancia de saber pintar una página para dirigir la lectura hacia donde querías. Me acuerdo de Antonio Diéguez, de Juani, de Álvarez, de Manolo y de Nacho Salvador, que con el tiempo se reconvertiría en reportero.
De cuando había talleres
Treinta años después, ahí seguimos. Más viejos, afortunadamente. Pero no más rockeros. Seguramente me deje algún nombre detrás. De repente me viene a la cabeza Julián Sotoca, el jefe de Producción, y Manolo Barrios, del taller, cuando existía el taller y el material se transmitía a la rotativa a través de un agujero en el suelo. Barrios, antes de reconvertirse en taxista, subía a reñirte si habías cometido una errata en tu texto, para que la corrigieras, pichita, a tiempo de que saliera bien en la primera edición.
Fue un tiempo hermoso, lleno de experiencias hermosas. Con sus risas y sus llantos, como cualquier otro momento. Cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor, pero sí anterior. No es nostalgia lo que me ha llevado a escribir esto. Es agradecimiento sincero hacia todas estas personas y muchas otras (a algunas habré olvidado, que me perdonen), porque por lo que fuimos, somos. Gracias a ellos soy periodista. Y de muchos de ellos, de la mayoría, me considero también amigo.