Buñol no es nada del otro mundo. Le quitas la tomatina, miles de personas en agosto lanzándose tomates unos a otros como descosidos, y se muestra tal cual es. En el hotel donde duermo, desayunaré mañana y probablemente cene esta noche. Y ahora, mientras escribo, me estoy tomando una coca cola en el mismo lugar. Me he dado una vuelta por el pueblo, y he vuelto al mismo sitio. No digo que Buñol no tenga más bar que éste, que también es hotel, restaurante y cafetería. Pero yo, al menos, no lo he encontrado.
De todos modos, la de hoy es una parada técnica, nada más. Barcelona será otra cosa, supongo. Y, una vez que cruce los Pirineos, casi me atrevería a asegurar que empezarán ya mis verdaderas vacaciones. Es lo que tiene viajar en moto por Europa desde Sevilla, que a la mínima, salvo que te dirijas a Gibraltar o al Algarve, te has comido mil kilómetros, como quien dice, sin salir de casa. Así que lo de hoy, y de algún modo seguramente lo de mañana también, consistía en quemar kilómetros, uno detrás de otro. Así, hasta casi 650…
Cuando uno viaja en moto es consciente de cada kilómetro que recorre, casi de cada metro… Supongo que será porque no puedes hacer otra cosa: no puedes hablar con nadie, no puedes oír música (algunos un poco más sofisticados que mi custom y yo, tal vez sí), no puedes estirar los brazos para desentumecerte… Así que te vas fijando en todo: en cada bache, en cada parcheado del firme, en cada cambio de límite provincial y autonómico, que hay que ser cutres para, cuando se repara una calzada, rellenar el bache sólo hasta donde llega mi jurisdicción. Hasta los animales, vivos o muertos, que deambulan (o deambularon) por la autopista son objeto de nuestra atención.
Aparte de ir fijándote en todas esas cosas, a veces te sorprendes a tí mismo cantando a viva voz dentro del casco. Hoy me ha dado por Serrat y su magnfífico Hoy puede ser un gran día, todo un himno al optimismo, y, no me preguntéis por qué, por el Badabadum, badum, badumbadumbadero…
De los paisajes que se pueden contemplar desde la moto, mejor no hacer mención en relación a lo que he podido disfrutar hoy. Al final he optado por lo cómodo y lo práctico, y he tirado por la autopista. Sevilla, Córdoba, Manzanares, Tomelloso, Villarrobledo… Cuando trataba de describir las sensaciones que me había producido, hace algunos años, el aspecto desértico de Jordania, concluía que lo verdaderamente abrasivo no era tanto el calor (comparable al de algunos momentos en Andalucía), como lo desolador de no ver una sola sombra en muchos kilómetros a la redonda. La Mancha es poco más o menos lo mismo… con molinos de viento, por cierto, que efectivamente recuerdan a los gigantes con que debió toparse don Alonso Quijano, pero que hoy no muelen grano sino que están al servicio de la compañías eléctricas. Al entrar en Valencia, el paisaje se torna un poco más verde y existe algún paraje sobrecogedor, como la misma entrada a Buñol, que, dicho sea de paso, está en obras.
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Sobre el hotel, Condes de Buñol (dos estrellas, baratito y limpio), añadir sólo dos detalles que tienen su importancia: tiene wifi y es gratis, y en la recepción hay una fotografía enorme del Castillo de Neuschwanstein. ¿Será cosa del destino?