A estas alturas del viaje, cuando uno se levanta por la mañana no sabe si lo que toca es guten morgen, bon jour o buon giorno. Finalmente, opta por desayunar, que con el estómago lleno se ven las cosas de otra manera y la mente funciona mejor. Lo justo para recomponer el día, recordar donde se ha pasado la noche y las cuatro palabras de cortesía que se ha aprendido en el idioma local para intercambiar antes de pasar al lenguaje gestual.
Por que eso de que en Alemania (o en Francia, o en Austria, y no digamos ya en Italia) todo el mundo habla inglés es relativo. Digamos que en Alemania, más o menos. Con salvedades, claro. Porque en Oberstaufen, en aquel hotelito del terror, aún tiene que resonar la risa nerviosa que me entró cuando la mujer me dio la carta de comidas escrita sólo en alemán. No se entendía nada. Pero nada de nada. Y no quiero ni recordar cómo le indicamos a la mujer que lo que queríamos comer era cerdo… Pues eso, que en Alemania (insisto, con salvedades), puede que con un poco de inglés sea suficiente para entenderse. Pero no en Austria, ni en Suiza… En Austria pedí (y me tuve que comer) un filete empanado de los de toda la vida del bar Camión, pensando que se trataba de una hamburguesa. Lo pensaba antes de pedirlo y cuando lo pedí, que en cuanto me lo sirvieron salí de dudas. Y en Suiza, donde creo que sólo intercambié alguna palabra (o lo que fueran aquellos sonidos guturales que salían de mi garganta) en una gasolinera, en la que no llegué a saber ni cuánto dinero le eché al depósito, por aquello de que los precios estaban en francos suizos, lo mismo. A mí me pareció mucho pagar 10,61 lo que fuera por 6,5 litros de gasolina que le cupieron a la moto en ese momento. Pero igual, cuando me entere de lo que pagué, me parece todavía más caro.
Esta noche volvemos a dormir en Francia, ya de regreso, que todo se acaba (incluido lo bueno). En Francia te pueden entender en inglés, pero no les gusta tener que hablar en inglés. Y, además, en el inglés también hay dialectos, y no me refiero a las diferencias que pueda haber entre el inglés de Londres y el de Edimburgo o el de Ohio, por ejemplo. El mío no es bueno, vaya por delante. Pero siempre me ha servido para entenderme, por más que le hubiera incorporado alguna que otra palabra en spanglish o hubiera destrozado la lógica (?) de la gramática inglesa anteponiendo el sustantivo al adjetivo o comiéndome directamente los auxiliares. Pero el de la recepcionista del hotel Le Clos, en Gap, no es mejor que el mío. Aún estamos buscando la forma de llamar por teléfono…
Y en Italia, ay, mamma mía. Es verdad que te sientes como en casa en cuanto pisas suelo italiano. La pillería y la mierda en los servicios de las gasolineras es la misma que en España, en claro contraste con la pulcritud y el orden de Alemania, Autria, Suiza o Francia, aunque en Italia sea gratis mear. Se supone que hablan inglés… Y cuando pides dos cervezas para cenar, te lo confirman: Beer..? Due..?
Seguimos en los Alpes, esta vez en la zona francesa. De Gravedona esta mañana partimos hacia Milán, Turín y Ouxl, en la frontera francesa. Preciosas carreteras. Todo el entorno de el lago di Como, espectacular, nada que envidiarle a St. Moritz. Y el tiempo sigue acompañándonos. Mañana, si todo va bien, llegamos a Barcelona.