Este pub no es como la mayoría. Está bien iluminado y su decoración parece extraída de un catálogo de Ikea. En el fondo, un tipo con una guitarra acústica y un teclado canta para muy pocos. Los espacios están separados por la barra, pero cuando termina cada pieza se oyen los tímidos aplausos de tres o cuatro personas, que lo jalean. Y no lo hace mal, el hombre, pero los parroquianos están a otra cosa. Se llama Rich Young, según la pizarra a la puerta el bar. «Tonight live music. Free».
Hemos entrado a echar la penúltima y nos topamos con algunos problemas de intendencia. La conexión wifi que nos facilitan no funciona. El ordenador está a punto de quedarse sin batería. No hay enchufes a la vista. A duras penas conseguimos descargar unas pocas fotos y subir al blog una entrada incompleta. «No importa», pienso. «Ahora en mi habitación lo conecto de nuevo y terminamos».
Imposible. Busco un enchufe; encuentro unos pocos: todos con el sistema británico de tres clavijas, dos planas y una redonda. Juro y perjuro que yo tenía un adaptador… Y lo tendré, pero en Sevilla. No aparece. Tampoco puedo cargar el móvil, que se está quedando sin batería; me da miedo no oír el despertador el Día D.
Llega la mañana y el problema queda solucionado. Eficiencia británica. Salgo por la mañana de la habitación y compro no uno, dos, que es mucha la tecnología que llevamos a cuesta: teléfonos (varios), ordenador, cámaras de foto (varias)… Somos electrodependientes, es verdad.
Subo rápido a la habitación, me están esperando. Que esperen. Pongo a cargar todo lo que puedo, subo al blog una entrada que quedó pendiente y empiezo a escribir la que no puede empezar anoche. Lo que iba a ser una crónica de la escapada a Cambridge, con parada sin fonda en el Imperial Museum War (en fin, en esto Emilio y yo tenemos criterios muy diferentes; yo con quince o veinte aviones me hubiera conformado, él quería ver 500, 600…). «Esto demuestra la capacidad tecnológica de un país», dice Emilio. «Y la capacidad de destrucción del ser humano», respondo. La Historia es la Historia, y las armas las armas. Lo siento, no disfruto con ellas ni con su exhibición, pero ésa es otra historia.
Lo que iba a ser la crónica de una excursión se convierte en la crónica de las incidencias. Así terminó el día, pero a punto estuvo de empezar llamando a la grúa para que se llevara la moto hasta Sevilla. Bueno, soy un poco exagerado, pero que sí que perdí la llave de la burra. Se me cayó de la mano cuando me dirigía hacia el parking para retirar la moto. Dejé el casco sobre el asiento mientras retiraba el antirrobo. Y cuando iba a arrancar la moto… Where is the key?
El hombre es el único animal que se golpea la cabeza dos veces con el mismo dintel. Regresé a la habitación por el mismo camino, mirando al suelo con detenimiento para intentar localizar la llave. Estaba seguro de que la había cogido, pero deseaba estar equivocado. Me había traído una segunda llave, por si acaso (hombre precavido vale por dos), pero no quería utilizarla… En la habitación no estaba. Cogí la de reserva y volví hacia la moto. Al bajar la escalera me volví a golpear la cabeza en el mismo lugar donde la primera vez… Y allí estaba la llave, en el escalón de mi infortunio. Ufff…
Así empezó el día, y así terminó. Previa parada en Cambridge para reponer fuerzas… ¡Cómo son los ingleses! La visita al museo nos demoró más de lo esperado y se nos hizo tarde para comer. En el famoso pub Eagle, frente al King’s College tratamos de pedir algo de comer, pero justo en ese momento habían dejado de servir comidas. Eran las cuatro de la tarde, y sin comer. Y por la noche, ya en Ely de nuevo, idem de idem en el Minster Tavern. Menos mal que quedan restaurantes chinos y pizzerrías.
Al menos no nos ha llovido…